martes, 11 de junio de 2013
Crítica literaria
Es una novela en la que el autor utiliza al narrador en 2da persona, de tal manera en la que invita al lector participar en la historia, siendo parte de ella como Felipe Montero. Considero que es una buena novela ya que es una historia en la que incluye escenas entre realidad y ficción y explora las obsesiones de las personas (Aura) y la intensidad del amor (Felipe).
Carlos Fuentes
Biografía
Carlos Fuentes fue un reconocido escritor mexicano de novelas y ensayos. Entre sus obras más conocidas se encuentran La región más transparente (1958), Aura (1962) y La muerte de Artemio Cruz (1962).
Nació un 11 de noviembre de 1928 en Panamá, de padres mexicanos. Al ser hijo de diplomáticos, vivió su juventud en Suiza, Quito (Ecuador), Montevideo (Uruguay), Río de Janeiro (Brasil), Washington D.C., Santiago (Chile) y Buenos Aires (Argentina).
En su adolescencia regreso a México, donde permaneció hasta 1965. Se graduó en Derecho por la Universidad Nacional Autónoma de México y en Economía por el Instituto de Altos Estudios Internacionales de Ginebra (Suiza).
A los 26 años escribió su primer libro, Los días enmascarados (1954), una colección de relatos breves que tuvo una buena acogida por parte de la crítica. En esta obra refleja ya su interés por tratar en sus obras la identidad mexicana.
Junto a Octavio Paz y Emmanuel Carballo fundó en 1955 la Revista Mexicana de Literatura.
Siempre estuvo comprometido con los aspectos políticos y sociales. El mismo señaló en la revista Tiempo Mexicano en 1972: "Lo que un escritor puede hacer políticamente debe hacerlo también como ciudadano. En un país como el nuestro el escritor, el intelectual, no puede ser ajeno a la lucha por la transformación política que, en última instancia, supone también una transformación cultural."
En 1972 y hasta 1976 fungió como embajador de México en Francia para hacer un homenaje a la memoria de su padre.
Formó parte del boom de autores latinoamericanos. Su obra La región más transparente es una novela emblemática. En ella, Fuentes inmortalizó a la Ciudad de México de los años 50. Cuando se publicó en 1958, Fuentes contaba con 29 años y fue todo un acontecimiento en aquella época.
Era un aficionado al cine y hubo algunas de sus obras que fueron llevadas a la pantalla grande, incluso escribió guiones para largometrajes. También se cuentan entre sus trabajos obras de teatro, como Orquídeas a la luz de la luna.
A lo largo de su vida recibió premios como el Premio Miguel de Cervantes en 1987 y el Premio Real Academia Española de Creación Literaria.
Recientemente, Fuentes se había pronunciado respecto a los tres candidatos con más posibilidades de llegar a convertirse en el próximo presidente de México. Los calificó de “mediocres” a Enrique Peña Nieto, Andrés Manuel López Obrador y Josefina Vázquez Mota. "No están ofreciendo ninguna novedad, sólo nos dan retórica", dijo en rueda de prensa en Buenos Aires.
Otras de sus obras son Las buenas conciencias, Aura, Zona sagrada, Cambio de piel, Los años con Laura Díaz, La silla del águila y Vlad.
Carlos Fuentes falleció el 15 de mayo de 2012 a los 83 años de edad en la Ciudad de México.
Análisis literario
Aura
Género: Novela. Es un relato escrito en prosa de la historia ficticia fundada en la realidad y de cierta longitud.
Tipo de novela por su temática: Fantástica. Esta tipo de novela emplea lo maravilloso.
Argumento
El libro nos cuenta como un joven atraído por un muy buen sueldo, llega a una antigua casa en el centro de la ciudad. Felipe Montero es requerido para organizar y reescribir las memorias de un coronel.
Consuelo, la viuda del coronel, y Aura, su sobrina, viven en esa casa. Felipe se enamora de Aura . Entre la realidad y la fantasía, Felipe vive un romance con Aura y está convencido de querer llevársela de esa casa. La anciana perece dominar a la sobrina y, además, en ocasiones actúan de la misma forma.
Personajes:
Felipe Montero: (personaje principal) es un joven que en busca de un buen sueldo acude a trabajar a la casa de Consuelo.
Felipe Montero: (personaje principal) es un joven que en busca de un buen sueldo acude a trabajar a la casa de Consuelo.
Aura: es la sobrina de la viuda de el general Llorente.
La señora Consuelo: viuda del general Llorente, en ocasiones se comporta con sutileza y otras veces parece que perdió el sentido de la realidad.
Ambiente físico: casa de Donceles 815 y es un lugar húmedo, obscuro, sombrío y extraño
Narrativa: La novela está narrada en 2da persona "tú", ya que involucra al lector y lo lleva a imaginar las escenas como si fuera Felipe Montero.
"Recoges tu portafolio y dejas la propina. Piensas que otro
historiador joven, en
condiciones semejantes a las tuyas, ya ha leído ese mismo aviso,
tornado la
delantera, ocupado el puesto. Tratas de olvidar mientras caminas a
la esquina."
Procedimiento Narrativo:
"LEES ESE ANUNCIO: UNA OFERTA DE ESA NATURALEZA no se hace todos
los días. Lees y relees el aviso. Parece dirigido a ti, a nadie mas. Distraído, dejas
que la ceniza del cigarro caiga dentro de la taza de te que has estado bebiendo en
este cafetín sucio y barato. tu releerás"
los días. Lees y relees el aviso. Parece dirigido a ti, a nadie mas. Distraído, dejas
que la ceniza del cigarro caiga dentro de la taza de te que has estado bebiendo en
este cafetín sucio y barato. tu releerás"
"Pero si leyeras eso, sospecharías, lo tomarías a broma."
"Recoges tu portafolio y dejas la propina. Piensas que otro historiador joven, en
condiciones semejantes a las tuyas, ya ha leído ese mismo aviso, tornado la
delantera, ocupado el puesto. Tratas de olvidar mientras caminas a la esquina.
Esperas el autobús, enciendes un cigarrillo, repites en silencio las fechas que
debes memorizar para que esos niños amodorrados te respeten. Tienes que
prepararte. El autobús se acerca y tu estas observando las puntas de tus zapatos
negros. Tienes que prepararte. Metes la mano en el bolsillo, juegas con las
monedas de cobre, por fin escoges treinta centavos, los aprietas con el puno y
alargas el brazo para tomar firmemente el barrote de fierro del camión que nunca se detiene, saltar, abrirte paso, pagar los treinta centavos, acomodarte difícilmente entre los pasajeros apretujados que viajan de pie, apoyar tu mano derecha en el
pasamanos, apretar el portafolio contra el costado y colocar distraídamente la
mano izquierda sobre la bolsa trasera del pantalón, donde guardas los billetes.
Vivirás ese día, idéntico a los demás, y no volverás a recordarlo sino al día
siguiente, cuando te sientes de nuevo en la mesa del cafetín, pidas el des-ayuno y
abras el periódico. Al llegar a la pagina de anuncios, allí estarán, otra vez, esas
letras destacadas: historiador joven. Nadie acudió ayer. Leerás el anuncio. Te
detendrás en el ultimo renglón: cuatro mil pesos.
Te sorprenderá imaginar que alguien vive en la calle de Donceles. Siempre has
creído que en el viejo centro de la ciudad no vive nadie. Caminas con lentitud,
tratando de distinguir el numero 815 en este conglomerado de viejos palacios
coloniales convertidos en talleres de reparación, relojerías, tiendas de zapatos y
expendios de aguas frescas. Las nomenclaturas han sido revisadas,
superpuestas, con-fundidas. El 13 junto al 200, el antiguo azulejo numerado «47»
encima de la nueva advertencia pintada con tiza: ahora 924. Levantaras la mirada
a los segundos pisos: allí nada cambia. Las sinfonolas no perturban, las luces de
mercurio no iluminan, las baratijas expuestas no adornan ese segundo rostro de
los edificios. Unidad del tezontle, los nichos con sus santos truncos coronados de
palomas, la piedra labrada de barroco mexicano, los balcones de celosía, las
troneras y los canales de lamina, las gárgolas de arenisca. Las ventanas
ensombrecidas por lar-gas cortinas verdosas: esa ventana de la cual se retira alguien en cuanto tu la miras, miras la portada de vides caprichosas, bajas la
mirada al zaguán despintado y descubres 815, antes 69.
Tocas en vano con esa manija, esa cabeza de perro en cobre, gastada, sin
relieves: semejante a la cabeza de un feto canino en los museos de ciencias
naturales. Imaginas que el perro te sonríe y sueltas su contacto helado. La puerta
cede al empuje levísimo, de tus dedos, y antes de entrar miras por ultima vez
sobre tu hombro, frunces el ceño porque la larga fila detenida de camiones y
autos gruñe, pita, suelta el humo insano de su prisa. Tratas, inútilmente de retener
una sola imagen de ese mundo exterior indiferenciado.
Cierras el zaguán detrás de ti e intentas penetrar la oscuridad de ese callejón
techado — patio, porque puedes oler el musgo, la humedad de las plantas, las
raíces podridas, el perfume adormecedor y espeso—. Buscas en vano una luz
que te guíe. Buscas la caja de fósforos en la bolsa de tu saco pero esa voz aguda
y cascada te advierte desde lejos:"
condiciones semejantes a las tuyas, ya ha leído ese mismo aviso, tornado la
delantera, ocupado el puesto. Tratas de olvidar mientras caminas a la esquina.
Esperas el autobús, enciendes un cigarrillo, repites en silencio las fechas que
debes memorizar para que esos niños amodorrados te respeten. Tienes que
prepararte. El autobús se acerca y tu estas observando las puntas de tus zapatos
negros. Tienes que prepararte. Metes la mano en el bolsillo, juegas con las
monedas de cobre, por fin escoges treinta centavos, los aprietas con el puno y
alargas el brazo para tomar firmemente el barrote de fierro del camión que nunca se detiene, saltar, abrirte paso, pagar los treinta centavos, acomodarte difícilmente entre los pasajeros apretujados que viajan de pie, apoyar tu mano derecha en el
pasamanos, apretar el portafolio contra el costado y colocar distraídamente la
mano izquierda sobre la bolsa trasera del pantalón, donde guardas los billetes.
Vivirás ese día, idéntico a los demás, y no volverás a recordarlo sino al día
siguiente, cuando te sientes de nuevo en la mesa del cafetín, pidas el des-ayuno y
abras el periódico. Al llegar a la pagina de anuncios, allí estarán, otra vez, esas
letras destacadas: historiador joven. Nadie acudió ayer. Leerás el anuncio. Te
detendrás en el ultimo renglón: cuatro mil pesos.
Te sorprenderá imaginar que alguien vive en la calle de Donceles. Siempre has
creído que en el viejo centro de la ciudad no vive nadie. Caminas con lentitud,
tratando de distinguir el numero 815 en este conglomerado de viejos palacios
coloniales convertidos en talleres de reparación, relojerías, tiendas de zapatos y
expendios de aguas frescas. Las nomenclaturas han sido revisadas,
superpuestas, con-fundidas. El 13 junto al 200, el antiguo azulejo numerado «47»
encima de la nueva advertencia pintada con tiza: ahora 924. Levantaras la mirada
a los segundos pisos: allí nada cambia. Las sinfonolas no perturban, las luces de
mercurio no iluminan, las baratijas expuestas no adornan ese segundo rostro de
los edificios. Unidad del tezontle, los nichos con sus santos truncos coronados de
palomas, la piedra labrada de barroco mexicano, los balcones de celosía, las
troneras y los canales de lamina, las gárgolas de arenisca. Las ventanas
ensombrecidas por lar-gas cortinas verdosas: esa ventana de la cual se retira alguien en cuanto tu la miras, miras la portada de vides caprichosas, bajas la
mirada al zaguán despintado y descubres 815, antes 69.
Tocas en vano con esa manija, esa cabeza de perro en cobre, gastada, sin
relieves: semejante a la cabeza de un feto canino en los museos de ciencias
naturales. Imaginas que el perro te sonríe y sueltas su contacto helado. La puerta
cede al empuje levísimo, de tus dedos, y antes de entrar miras por ultima vez
sobre tu hombro, frunces el ceño porque la larga fila detenida de camiones y
autos gruñe, pita, suelta el humo insano de su prisa. Tratas, inútilmente de retener
una sola imagen de ese mundo exterior indiferenciado.
Cierras el zaguán detrás de ti e intentas penetrar la oscuridad de ese callejón
techado — patio, porque puedes oler el musgo, la humedad de las plantas, las
raíces podridas, el perfume adormecedor y espeso—. Buscas en vano una luz
que te guíe. Buscas la caja de fósforos en la bolsa de tu saco pero esa voz aguda
y cascada te advierte desde lejos:"
" El olor de la humedad, de las plantas podridas, te envolverá mientras marcas tus
pasos, primero sobre las baldosas de piedra, enseguida sobre esa madera
crujiente, fofa por la humedad y el encierro. Cuentas en voz baja hasta veintidós y te detienes, con la caja de fósforos entre las manos, el portafolio apretado contra
las costillas. Tocas esa puerta que huele a pino viejo y húmedo; buscas una
manija; terminas por empujar y sentir, ahora, un tapete bajo tus pies. Un tapete
delgado, mal extendido, que te hará tropezar y darte cuenta de la nueva luz,
grisácea y filtrada, que ilumina ciertos contornos."
pasos, primero sobre las baldosas de piedra, enseguida sobre esa madera
crujiente, fofa por la humedad y el encierro. Cuentas en voz baja hasta veintidós y te detienes, con la caja de fósforos entre las manos, el portafolio apretado contra
las costillas. Tocas esa puerta que huele a pino viejo y húmedo; buscas una
manija; terminas por empujar y sentir, ahora, un tapete bajo tus pies. Un tapete
delgado, mal extendido, que te hará tropezar y darte cuenta de la nueva luz,
grisácea y filtrada, que ilumina ciertos contornos."
"dices con una voz monótona, porque crees recordar una voz de
mujer"
mujer"
"Empujas esa puerta —ya no esperas que alguna se cierre propiamente; ya sabes
que todas son puertas de golpe— y las luces dispersas se trenzan en tus
pestañas, como si atravesaras una tenue red de seda. Solo tienes ojos para esos
muros de reflejos desiguales, donde parpadean docenas de luces. Consigues, al
cabo, definirlas como veladoras, colocadas sobre repisas y entrepaños de
ubicación asimétrica. Levemente, iluminan otras luces que son corazones de
plata, frascos de cristal, vidrios enmarcados, y solo detrás de este brillo
intermitente veras, al fondo, la cama y el signo de una mano que parece atraer-te
con su movimiento pausado.
Lograras verla cuando des la espalda a ese firmamento de luces devotas.
Tropiezas al pie de la cama; debes rodearla para acercarte a la cabecera. Allí, esa
figura pequeña se pierde en la inmensidad de la cama; al extender la mano no
tocas otra mano, sino la piel gruesa, afieltrada, las orejas de ese objeto que roe
con un silencio tenaz y te ofrece sus ojos rojos: sonríes y acaricias al conejo que yace al lado de la mano que, por fin, toca la tuya con unos dedos sin temperatura
que se detienen largo tiempo sobre tu palma húmeda, la voltean y acercan tus
dedos abiertos a la almohada de encajes que tocas para alejar tu mano de la otra."
que todas son puertas de golpe— y las luces dispersas se trenzan en tus
pestañas, como si atravesaras una tenue red de seda. Solo tienes ojos para esos
muros de reflejos desiguales, donde parpadean docenas de luces. Consigues, al
cabo, definirlas como veladoras, colocadas sobre repisas y entrepaños de
ubicación asimétrica. Levemente, iluminan otras luces que son corazones de
plata, frascos de cristal, vidrios enmarcados, y solo detrás de este brillo
intermitente veras, al fondo, la cama y el signo de una mano que parece atraer-te
con su movimiento pausado.
Lograras verla cuando des la espalda a ese firmamento de luces devotas.
Tropiezas al pie de la cama; debes rodearla para acercarte a la cabecera. Allí, esa
figura pequeña se pierde en la inmensidad de la cama; al extender la mano no
tocas otra mano, sino la piel gruesa, afieltrada, las orejas de ese objeto que roe
con un silencio tenaz y te ofrece sus ojos rojos: sonríes y acaricias al conejo que yace al lado de la mano que, por fin, toca la tuya con unos dedos sin temperatura
que se detienen largo tiempo sobre tu palma húmeda, la voltean y acercan tus
dedos abiertos a la almohada de encajes que tocas para alejar tu mano de la otra."
"Levantaras los ojos, que habías mantenido bajos, y ella ya habrá cerrado los
labios, pero esa palabra . —volverá— vuelves a escucharla como si la anciana la
estuviese pronunciando en ese momento. Permanecen inmóviles. Tu miras hacia
atrás; te ciega el brillo de la corona parpadeante de objetos religiosos. Cuando
vuelves a mirar a la señora, sientes que sus ojos se han abierto
desmesuradamente y que son claros, líquidos, inmensos, casi del color de la
cornea amarillenta que los rodea, de manera que solo el punto negro de la pupila
rompe esa claridad perdida, minutos antes, en los pliegues gruesos de los
párpados caídos como para proteger esa mirada que ahora vuelve a esconderse"
labios, pero esa palabra . —volverá— vuelves a escucharla como si la anciana la
estuviese pronunciando en ese momento. Permanecen inmóviles. Tu miras hacia
atrás; te ciega el brillo de la corona parpadeante de objetos religiosos. Cuando
vuelves a mirar a la señora, sientes que sus ojos se han abierto
desmesuradamente y que son claros, líquidos, inmensos, casi del color de la
cornea amarillenta que los rodea, de manera que solo el punto negro de la pupila
rompe esa claridad perdida, minutos antes, en los pliegues gruesos de los
párpados caídos como para proteger esa mirada que ahora vuelve a esconderse"
"La señora se moverá por la primera vez desde que tu entraste a su recamara; al
extender otra vez su mano, tu sientes esa respiración agitada a tu lado y entre la
mujer y tu se extiende otra mano que toca los dedos de la anciana. Miras a un
lado y la muchacha esta allí, esa muchacha que no alcanzas a ver de cuerpo
entero porque esta tan cerca de ti y su aparición fue imprevista, sin ningún ruido —ni siquiera los ruidos que no se escuchan pero que son reales porque se
recuerdan inmediatamente, porque a pesar de todo son mas fuertes que el
silencio que los acompaño—."
extender otra vez su mano, tu sientes esa respiración agitada a tu lado y entre la
mujer y tu se extiende otra mano que toca los dedos de la anciana. Miras a un
lado y la muchacha esta allí, esa muchacha que no alcanzas a ver de cuerpo
entero porque esta tan cerca de ti y su aparición fue imprevista, sin ningún ruido —ni siquiera los ruidos que no se escuchan pero que son reales porque se
recuerdan inmediatamente, porque a pesar de todo son mas fuertes que el
silencio que los acompaño—."
"La joven inclinara la cabeza y la anciana, al mismo tiempo que ella, remedara el
gesto."
gesto."
"Te moverás unos pasos para que la luz de las veladoras no te ciegue. La
muchacha mantiene los ojos cerrados, las manos cruzadas sobre un muslo: no te
mira. Abre los ojos poco a poco, como si temiera los fulgores de la recamara. Al
fin, podrás ver esos ojos de mar que fluyen, se hacen espuma, vuelven a la calma
verde, vuelven a inflamarse como una ola: tu los ves y te repites que no es cierto,
que son unos hermosos ojos verdes idénticos a todos los hermosos ojos verdes
que has conocido o podrás conocer. Sin embargo, no te engañas: esos ojos
fluyen, se transforman, como si te ofrecieran un paisaje que sola tu puedes
adivinar y desear."
muchacha mantiene los ojos cerrados, las manos cruzadas sobre un muslo: no te
mira. Abre los ojos poco a poco, como si temiera los fulgores de la recamara. Al
fin, podrás ver esos ojos de mar que fluyen, se hacen espuma, vuelven a la calma
verde, vuelven a inflamarse como una ola: tu los ves y te repites que no es cierto,
que son unos hermosos ojos verdes idénticos a todos los hermosos ojos verdes
que has conocido o podrás conocer. Sin embargo, no te engañas: esos ojos
fluyen, se transforman, como si te ofrecieran un paisaje que sola tu puedes
adivinar y desear."
"LA ANCIANA SONREIRA, INCLUSO REIRA CON SU TIMBRE agudo y dirá que
le agrada tu buena voluntad y que la joven te mostrara tu recamara, mientras tu
piensas en el sueldo de cuatro mil pesos, el trabajo que puede ser agradable
porque a ti te gustan estas tareas meticulosas de investigación, que excluyen el
esfuerzo físico, el traslado de un lugar a otro, los encuentros inevitables y
molestos con otras personas. Piensas en todo esto al seguir los pasos de la joven.
le agrada tu buena voluntad y que la joven te mostrara tu recamara, mientras tu
piensas en el sueldo de cuatro mil pesos, el trabajo que puede ser agradable
porque a ti te gustan estas tareas meticulosas de investigación, que excluyen el
esfuerzo físico, el traslado de un lugar a otro, los encuentros inevitables y
molestos con otras personas. Piensas en todo esto al seguir los pasos de la joven.
—te das cuenta de que no la sigues con la vista, sino con el oído: sigues el
susurro de la falda, el crujido de una tafeta— y estas ansiando, ya, mirar
nuevamente esos ojos. Asciendes detrás del ruido, en medio de la oscuridad, sin
acostumbrarte aún a las tinieblas: recuerdas que deben ser cerca de las seis de la
tarde y te sorprende la inundación de luz de tu recamara, cuando la mano de Aura
empuje la puerta. —otra puerta sin cerradura— y en seguida se aparte de ella y te diga: "
susurro de la falda, el crujido de una tafeta— y estas ansiando, ya, mirar
nuevamente esos ojos. Asciendes detrás del ruido, en medio de la oscuridad, sin
acostumbrarte aún a las tinieblas: recuerdas que deben ser cerca de las seis de la
tarde y te sorprende la inundación de luz de tu recamara, cuando la mano de Aura
empuje la puerta. —otra puerta sin cerradura— y en seguida se aparte de ella y te diga: "
"Y se alejara, con ese ruido de tafeta, sin que hayas podido ver otra vez su rostro.
Cierras —empujas— la puerta detrás de ti y al fin levantas los ojos hacia el
tragaluz inmenso que hace las veces de techo. Sonríes al darte cuenta de que ha
bastado la luz del crepúsculo para cegarte y contrastar con la penumbra del resto
de la casa. Pruebas, con alegría, la blandura del colchón en la cama de metal
dorado y recorres con la mirada el cuarto: el tapete de lana roja, los muros
empapelados, oro y oliva, el sillón de terciopelo rojo, la vieja mesa de trabajo, nogal y cuero verde, la lámpara antigua, de quinqué, luz opaca de tus noches de
investigación, el estante clavado encima de la mesa, al alcance de tu mano, con
los tomos encuadernados. Caminas hacia la otra puerta y al empujarla descubres
un baño pasado de moda: tina de cuatro patas, con florecillas pintadas sobre la
porcelana, un aguamanil azul, un retrete incomodo. Te observas en el gran espejo
ovalado del guardarropa, también de nogal, colocado en la sala de baño. Mueves
tus cejas pobladas, tu boca larga y gruesa que llena de vaho el espejo; cierras tus
ojos negros y, al abrirlos, el vaho habrá desaparecido. Dejas de contener la
respiración y te pasas una mano por el pelo oscuro y lacio; tocas con ella tu perfil
recto, tus mejillas delgadas. Cuando el vaho opaque otra vez el rostro, estarás
repitiendo ese nombre, Aura.
Consultas el reloj, después de fumar dos cigarrillos, recostado en la cama. De pie,
te pones el saco y te pasas el peine por el cabello. Empujas la puerta y tratas de
recordar el camino que recorriste al subir. Quisieras dejar la puerta abierta, para
que la luz del quinqué te guié: es imposible, porque los resortes la cierran. Podrías
entretenerte columpiando esa puerta. Podrías tomar el quinqué y descender con
el. Renuncias porque ya sabes que esta casa siempre se encuentra a oscuras. Te
obligaras a conocerla y reconocerla por el tacto. Avanzas con cautela, como un
ciego, con los brazos extendidos, rozando la pared, y es tu hombro lo que,
inadvertidamente, aprieta el contacto de la luz eléctrica. Te detienes, guiñando, en
el centre iluminado de ese largo pasillo desnudo. Al fondo, el pasamanos y la
escalera de caracol. . Desciendes contando los peldaños: otra costumbre inmediata que te habrá impuesto la casa de la señora Llorente. Bajas contando y das un paso atrás
cuando encuentres los ojos rosados del conejo que en seguida te da la espalda y
sale saltando.
No tienes tiempo de detenerte en el vestíbulo porque Aura, desde una puerta
entreabierta de cristales opacos, te estará esperando con el candelabro en la
mano. Caminas, sonriendo, hacia ella; te detienes al escuchar los maullidos
dolorosos de varios gatos —si, te detienes a escuchar, ya cerca de la mano de
Aura, para cerciorarte de que son varios gatos— y la sigues a la sala Son los
gatos —dirá Aura—. Hay tanto ratón en esta parte de la ciudad.
Cruzan el salón: muebles forrados de seda mate, vitrinas donde han sido
colocados muñecos de porcelana, relojes musicales, condecoraciones y bolas de
cristal; tapetes de diseño persa, cuadros con es-cenas bucólicas, las cortinas de
terciopelo verde corridas. Aura viste de verde."
Cierras —empujas— la puerta detrás de ti y al fin levantas los ojos hacia el
tragaluz inmenso que hace las veces de techo. Sonríes al darte cuenta de que ha
bastado la luz del crepúsculo para cegarte y contrastar con la penumbra del resto
de la casa. Pruebas, con alegría, la blandura del colchón en la cama de metal
dorado y recorres con la mirada el cuarto: el tapete de lana roja, los muros
empapelados, oro y oliva, el sillón de terciopelo rojo, la vieja mesa de trabajo, nogal y cuero verde, la lámpara antigua, de quinqué, luz opaca de tus noches de
investigación, el estante clavado encima de la mesa, al alcance de tu mano, con
los tomos encuadernados. Caminas hacia la otra puerta y al empujarla descubres
un baño pasado de moda: tina de cuatro patas, con florecillas pintadas sobre la
porcelana, un aguamanil azul, un retrete incomodo. Te observas en el gran espejo
ovalado del guardarropa, también de nogal, colocado en la sala de baño. Mueves
tus cejas pobladas, tu boca larga y gruesa que llena de vaho el espejo; cierras tus
ojos negros y, al abrirlos, el vaho habrá desaparecido. Dejas de contener la
respiración y te pasas una mano por el pelo oscuro y lacio; tocas con ella tu perfil
recto, tus mejillas delgadas. Cuando el vaho opaque otra vez el rostro, estarás
repitiendo ese nombre, Aura.
Consultas el reloj, después de fumar dos cigarrillos, recostado en la cama. De pie,
te pones el saco y te pasas el peine por el cabello. Empujas la puerta y tratas de
recordar el camino que recorriste al subir. Quisieras dejar la puerta abierta, para
que la luz del quinqué te guié: es imposible, porque los resortes la cierran. Podrías
entretenerte columpiando esa puerta. Podrías tomar el quinqué y descender con
el. Renuncias porque ya sabes que esta casa siempre se encuentra a oscuras. Te
obligaras a conocerla y reconocerla por el tacto. Avanzas con cautela, como un
ciego, con los brazos extendidos, rozando la pared, y es tu hombro lo que,
inadvertidamente, aprieta el contacto de la luz eléctrica. Te detienes, guiñando, en
el centre iluminado de ese largo pasillo desnudo. Al fondo, el pasamanos y la
escalera de caracol. . Desciendes contando los peldaños: otra costumbre inmediata que te habrá impuesto la casa de la señora Llorente. Bajas contando y das un paso atrás
cuando encuentres los ojos rosados del conejo que en seguida te da la espalda y
sale saltando.
No tienes tiempo de detenerte en el vestíbulo porque Aura, desde una puerta
entreabierta de cristales opacos, te estará esperando con el candelabro en la
mano. Caminas, sonriendo, hacia ella; te detienes al escuchar los maullidos
dolorosos de varios gatos —si, te detienes a escuchar, ya cerca de la mano de
Aura, para cerciorarte de que son varios gatos— y la sigues a la sala Son los
gatos —dirá Aura—. Hay tanto ratón en esta parte de la ciudad.
Cruzan el salón: muebles forrados de seda mate, vitrinas donde han sido
colocados muñecos de porcelana, relojes musicales, condecoraciones y bolas de
cristal; tapetes de diseño persa, cuadros con es-cenas bucólicas, las cortinas de
terciopelo verde corridas. Aura viste de verde."
"Entras, siempre detrás de ella, al comedor. Ella colocara el candelabro en el
centre de la mesa; tú sientes un frió húmedo. Todos los muros del salón están
recubiertos de una madera oscura, labrada al estilo gótico, con ojivas y rosetones calados. Los gatos han dejado de maullar. Al tomar asiento, notas que han sido
dispuestos cuatro cubiertos y que hay dos platones calientes bajo cacerolas de
plata y una botella vieja y brillante por el limo verdoso que la cubre.
Aura apartara la cacerola. Tu aspiras el olor pungente de los riñones en salsa de
cebolla que ella te sirve mientras tu tomas la botella vieja y llenas los vasos de
cristal cortado con ese liquido rojo y espeso. Tratas, por curiosidad, de leer la
etiqueta del vino, pero el limo lo impide. Del otro platón, Aura toma unos tomates
enteros, asados —Perdón —dices, observando los dos cubiertos extra, las dos sillas
desocupadas"
centre de la mesa; tú sientes un frió húmedo. Todos los muros del salón están
recubiertos de una madera oscura, labrada al estilo gótico, con ojivas y rosetones calados. Los gatos han dejado de maullar. Al tomar asiento, notas que han sido
dispuestos cuatro cubiertos y que hay dos platones calientes bajo cacerolas de
plata y una botella vieja y brillante por el limo verdoso que la cubre.
Aura apartara la cacerola. Tu aspiras el olor pungente de los riñones en salsa de
cebolla que ella te sirve mientras tu tomas la botella vieja y llenas los vasos de
cristal cortado con ese liquido rojo y espeso. Tratas, por curiosidad, de leer la
etiqueta del vino, pero el limo lo impide. Del otro platón, Aura toma unos tomates
enteros, asados —Perdón —dices, observando los dos cubiertos extra, las dos sillas
desocupadas"
"Aura continúa sirviendo los tomates:"
"Comen en silencio. Beben ese vino particularmente espeso, y tu desvías una y
otra vez la mirada para que Aura no te sorprenda en esa impudicia hipnótica que
no puedes controlar. Quieres, aún entonces, fijar las facciones de la muchacha en
tu mente. Cada vez que desvíes la mirada, las habrás olvidado ya y una urgencia
impostergable te obligara a mirarla de nuevo. Ella mantiene, como siempre, la
mirada baja y tu, al buscar el paquete de cigarrillos en la bolsa del saco,
encuentras ese llavín, recuerdas, le dices a Aura:"
otra vez la mirada para que Aura no te sorprenda en esa impudicia hipnótica que
no puedes controlar. Quieres, aún entonces, fijar las facciones de la muchacha en
tu mente. Cada vez que desvíes la mirada, las habrás olvidado ya y una urgencia
impostergable te obligara a mirarla de nuevo. Ella mantiene, como siempre, la
mirada baja y tu, al buscar el paquete de cigarrillos en la bolsa del saco,
encuentras ese llavín, recuerdas, le dices a Aura:"
Procedimiento Dialogal:
"—No. . . no es necesario. Le ruego. Camine trece pasos hacia el frente y encontrara la escalera a su derecha. Suba, por favor. Son veintidós escalones. Cuéntelos. ahí "
"—Señora"
"—Señora..."
"—Ahora a su izquierda. La primera puerta. Tenga la amabilidad."
"—Felipe Montero. Leí su anuncio.
—Si, ya se. Perdón no hay asiento.
—Estoy bien. No se preocupe.
—Esta bien. Por favor, póngase de perfil. No lo veo bien. Que le de la luz. Así.
Claro.
—Leí su anuncio. . .
—Claro. Lo leyó. ¿Se siente calificado?— Avez vous fait des etudes?
—A Paris, madame.
—Ah, oui, ga me fait plaisir, toujours, toujours, d'entendre. .. oui. .. vous savez...
on etait telle-ment habitue. . . et apres... "
—Si, ya se. Perdón no hay asiento.
—Estoy bien. No se preocupe.
—Esta bien. Por favor, póngase de perfil. No lo veo bien. Que le de la luz. Así.
Claro.
—Leí su anuncio. . .
—Claro. Lo leyó. ¿Se siente calificado?— Avez vous fait des etudes?
—A Paris, madame.
—Ah, oui, ga me fait plaisir, toujours, toujours, d'entendre. .. oui. .. vous savez...
on etait telle-ment habitue. . . et apres... "
"—Voy al grano. No me quedan muchos años por delante, señor Montero, y por
ello he preferido violar la costumbre de toda una vida y colocar ese anuncio en el
periódico.
—Si, por eso estoy aquí.
—Si. Entonces acepta.
—Bueno, desearía saber algo mas...
—Naturalmente. Es usted curioso."
ello he preferido violar la costumbre de toda una vida y colocar ese anuncio en el
periódico.
—Si, por eso estoy aquí.
—Si. Entonces acepta.
—Bueno, desearía saber algo mas...
—Naturalmente. Es usted curioso."
"—Le ofrezco cuatro mil pesos.
—Si, eso dice el aviso de hoy. —Ah, entonces ya salió.
—Si, ya salió.
—Se trata de los papeles de mi marido, el general Llorente. Deben ser ordenados
antes de que muera. Deben ser publicados. Lo he decidido hace poco.
—Y el propio general, ¿no se encuentra capacitado para...?
—Murió hace sesenta años, señor. Son sus memorias inconclusas. Deben ser
completadas. Antes de que yo muera.
—Pero...
—Yo le informare de todo. Usted aprenderá a redactar en el estilo de mi esposo.
Le bastará ordenar y leer los papeles para sentirse fascinado por esa prosa, por
esa transparencia, esa, esa. . .
—Si, comprendo.
—Saga. Saga. ¿Dónde esta? Ici, Saga...
—¿Quien?
—Mi compañía.
—¿El conejo?
—Si, volverá."
—Si, eso dice el aviso de hoy. —Ah, entonces ya salió.
—Si, ya salió.
—Se trata de los papeles de mi marido, el general Llorente. Deben ser ordenados
antes de que muera. Deben ser publicados. Lo he decidido hace poco.
—Y el propio general, ¿no se encuentra capacitado para...?
—Murió hace sesenta años, señor. Son sus memorias inconclusas. Deben ser
completadas. Antes de que yo muera.
—Pero...
—Yo le informare de todo. Usted aprenderá a redactar en el estilo de mi esposo.
Le bastará ordenar y leer los papeles para sentirse fascinado por esa prosa, por
esa transparencia, esa, esa. . .
—Si, comprendo.
—Saga. Saga. ¿Dónde esta? Ici, Saga...
—¿Quien?
—Mi compañía.
—¿El conejo?
—Si, volverá."
"—Le dije que regresaría...
—¿Quien?
—Aura. Mi compañera. Mi sobrina.
—Buenas tardes."
—¿Quien?
—Aura. Mi compañera. Mi sobrina.
—Buenas tardes."
"—Es el señor Montero. Va a vivir con nosotras"
"—Aquí es su cuarto. Lo esperamos a cenar dentro de una hora."
"Son los gatos —"
"—¿Se encuentra cómodo?
—Si. Pero necesito recoger mis cosas en la casa donde...
—No es necesario. El criado ya fue a buscarlas.
—No se hubieran molestado."
—Si. Pero necesito recoger mis cosas en la casa donde...
—No es necesario. El criado ya fue a buscarlas.
—No se hubieran molestado."
"—Perdón"
"— Esperamos a alguien mas?"
"—No. La señora Consuelo se siente débil esta noche. No nos acompañara.
—¿La señora Consuelo? ¿Su tía?
—Si. Le ruega que pase a verla después de la cena."
—¿La señora Consuelo? ¿Su tía?
—Si. Le ruega que pase a verla después de la cena."
Procedimiento Descripción:
"Distraído, dejas que la ceniza del cigarro caiga dentro de la taza de te que has estado bebiendo en este cafetín sucio y barato."
"Solo falta que las letras mas negras y llamativas del aviso informen:"
"Piensas que otro historiador joven, en condiciones semejantes a las tuyas,"
"y tu estas observando las puntas de tus zapatos negros."
"los nichos con sus santos truncos coronados de palomas, la piedra labrada de barroco mexicano, los balcones de celosía, las troneras y los canales de lamina, las gárgolas de arenisca. Las ventanas ensombrecidas por lar-gas cortinas verdosas:"
"— patio, porque puedes oler el musgo, la humedad de las plantas, las
raíces podridas, el perfume adormecedor y espeso—."
raíces podridas, el perfume adormecedor y espeso—."
"toca la tuya con unos dedos sin temperatura que se detienen largo tiempo sobre tu palma húmeda, la voltean y acercan tus dedos abiertos a la almohada de encajes "
"Los apretados botones del cuello blanco que sube hasta las orejas ocultas por la cofia,"
"sientes que sus ojos se han abierto desmesuradamente y que son claros, líquidos, inmensos, casi del color de la cornea amarillenta que los rodea"
" —ni siquiera los ruidos que no se escuchan pero que son reales porque se
recuerdan inmediatamente, porque a pesar de todo son mas fuertes que el
silencio que los acompaño—."
recuerdan inmediatamente, porque a pesar de todo son mas fuertes que el
silencio que los acompaño—."
"Al fin, podrás ver esos ojos de mar que fluyen, se hacen espuma, vuelven a la calma
verde, vuelven a inflamarse como una ola"
verde, vuelven a inflamarse como una ola"
"—te das cuenta de que no la sigues con la vista, sino con el oído: sigues el
susurro de la falda, el crujido de una tafeta—"
susurro de la falda, el crujido de una tafeta—"
"—otra puerta sin cerradura—"
"—empujas—"
"y al empujarla descubres un baño pasado de moda: tina de cuatro patas, con florecillas pintadas sobre la porcelana, un aguamanil azul, un retrete incomodo"
"Mueves tus cejas pobladas, tu boca larga y gruesa que llena de vaho el espejo; cierras tus
ojos negros y, al abrirlos, el vaho habrá desaparecido. Dejas de contener la
respiración y te pasas una mano por el pelo oscuro y lacio; tocas con ella tu perfil
recto, tus mejillas delgadas"
ojos negros y, al abrirlos, el vaho habrá desaparecido. Dejas de contener la
respiración y te pasas una mano por el pelo oscuro y lacio; tocas con ella tu perfil
recto, tus mejillas delgadas"
"—si, te detienes a escuchar, ya cerca de la mano de Aura, para cerciorarte de que son varios gatos—"
"muebles forrados de seda mate, vitrinas donde han sido
colocados muñecos de porcelana, relojes musicales, condecoraciones y bolas de
cristal; tapetes de diseño persa, cuadros con es-cenas bucólicas, las cortinas de
terciopelo verde corridas. Aura viste de verde."
colocados muñecos de porcelana, relojes musicales, condecoraciones y bolas de
cristal; tapetes de diseño persa, cuadros con es-cenas bucólicas, las cortinas de
terciopelo verde corridas. Aura viste de verde."
"Todos los muros del salón están recubiertos de una madera oscura, labrada al estilo gótico, con ojivas y rosetones calados."
"notas que han sido dispuestos cuatro cubiertos y que hay dos platones calientes bajo cacerolas de plata y una botella vieja y brillante por el limo verdoso que la cubre."
"mientras tu tomas la botella vieja y llenas los vasos de
cristal cortado con ese liquido rojo y espeso."
cristal cortado con ese liquido rojo y espeso."
Temporalidad
Evocación: se emplean recuerdos y sueños para interrumpir la narración cronológica.
"en el fondo del abismo oscuro, en tu sueño silencioso, de bocas abiertas, en silencio, la veras avanzar hacia ti, desde el fondo negro del abismo, la veras avanzar a gatas.
En silencio, moviendo su mano descarnada, avanzando hacia ti hasta que su rostro se pegue al tuyo y veas esas encías sangrantes de la vieja, esas encías sin dientes y grites y ella vuelva a alejarse, moviendo su mano, sembrando a lo largo del abismo los dientes amarillos que va sacando del delantal manchado de sangre: tu grito es el eco del grito de Aura, delante de ti en el sueño, Aura que grita porque unas manos han rasgado por la mitad su falda de tafeta verde, y esa cabeza tonsurada, con los pliegues rotos de la falda entre las manos, se voltea hacia ti y ríe en silencio, con los dientes de la vieja superpuestos a los suyos, mientras las piernas de Aura, sus piernas desnudas, caen rotas y vuelan hacia el abismo... "
Suspenso: se emplea en el final de la historia, enigma para el lector, a quien le ofrece un final abierto.
"Acercarás tus labios a la cabeza reclinada junto a la tuya, acariciaras otra vez el pelo largo de Aura: tomaras violentamente a la mujer endeble por los hombros, sin escuchar su queja aguda; le arrancaras la bata de tafeta, la abrazarás, la sentirás desnuda, pequeña y perdida en tu abrazo, sin fuerzas, no harás caso de su resistencia gemida, de su llanto impotente, besaras la piel del rostro sin pensar, sin distinguir: tocaras esos senos flácidos cuando la luz penetre suavemente y te sorprenda, te obligue a apartar la cara, buscar la rendija del muro por donde comienza a entrar la luz de luna, ese resquicio abierto por los ratones, ese ojo de la pared que deja filtrar la luz plateada que cae sobre el pelo blanco de Aura, sobre el rostro desgajado, compuesto de capas de cebolla, pálido, seco y arrugado como una ciruela cocida: apartaras tus labios de los labios sin carne que has estado besando, de las encías sin dientes que se abren ante ti: veras bajo la luz de la luna el cuerpo desnudo de la vieja, de la señora Consuelo, flojo, rasgado,
pequeño y antiguo, temblando ligeramente porque tu lo tocas, tu lo amas, tu has regresado también... Hundirás tu cabeza, tus ojos abiertos, en el pelo plateado de Consuelo, la mujer que volverá a abrazarte cuando la luna pase, tea tapada por las nubes, los oculte a ambos, se lleve en el aire, por algún tiempo, la memoria de la juventud, la memoria encarnada.
—Volverá, Felipe, la traeremos juntos. Deja que recupere fuerzas y la haré regresar"
Engarzamiento: cuando el narrador introduce historias que en un principio, no tienen nada que ver con la historia principal, sin embargo van a confluir hacia un mismo lugar.
"Se por que lloras a veces, Consuelo. No te he podido dar hijos, a ti, que
irradias la vida. . ." Y después: "Consuelo, no tientes a Dios. Debemos
conformarnos. ,;No te basta mi cariño? Yo se que me amas; lo siento. No te pido conformidad, porque ello seria ofenderte. Te pido, tan solo, que veas en ese gran amor que dices tenerme algo suficiente, algo que pueda llenarnos a los dos sin necesidad de recurrir a la imaginación enfermiza. . ." Y en otra pagina: "Le advertí a Consuelo que esos brebajes no sirven para nada. Ella insiste en cultivar sus propias plantas en el jardín. Dice que no se engaña. Las hierbas no la fertilizaran en el cuerpo, pero si en el alma..." Mas tarde: "La encontré delirante, abrazada a la almohada. Gritaba: 'Si, si, si, he podido: la he encarnado; puedo convocarla, puedo darle vida con mi vida'. Tuve que llamar al medico. Me dijo que no podría calmarla, precisamente porque ella estaba bajo el efecto de narcóticos, no de excitantes. . ." Y al fin: "Hoy la descubrí, en la madrugada, caminando sola y descalza a lo largo de los pasillos. Quise detenerla. Paso sin mirarme, pero sus palabras iban dirigidas a mi. 'No me detengas —dijo—; voy hacia mi juventud, mi juventud viene hacia mi. Entra ya, esta en el jardín, ya llega' . . . Consuelo, pobre Consuelo. . . Consuelo, también el demonio fue un ángel, antes..." No había mas. Allí terminan las memorias del general Llorente: "Consuelo, le demon aussi etait un ange, avant..."
Técnica flashback: consiste en romper el orden cronológico conectando momentos distintos y trasladando la acción al pasado.
"—volverá— vuelves a escucharla como si la anciana la
estuviese pronunciando en ese momento."
"—sientes en la boca, otra vez, esa dieta de riñones, por
lo visto la preferida de la casa—"
Monólogo: el personaje habla, solo pero en actitud reflexiva.
"Trece. Derecha. Veintidós."
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